“Quizás la semilla que aquí siembro no nazca hoy; pero muero seguro de que algún día nacerá. No faltará entonces un buen alma que diga ¡pobre hombre!” Roque Bárcia

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Isla Cristina y las pesquerías

I
 



NUEVO ITINERARIO DE ESPAÑA
 ISLA CRISTINA Y LAS PESQUERÍAS
Las azoteas de Isla Cristina

Está ya tan desviado de cualquier ruta de turismo el rincón de Ayamonte é Isla Cristina que apenas vendrán a visitarla otros viajeros que los obligados por sus negocios ó sus empleos. Merece, sin embargo, el viaje desde Huelva en auto de línea. Isla Cristina, pueblo nuevo, de pesquerías, tiene todo el aire de una villa de placer. Tiene casino y playa, que con el tiempo se convertirá en las mejores arenas estivales de éstas aguas no sólo para Sevilla y Huelva, sino para toda la Extremadura baja. Huelva, como se sabe, es la salida natural de Extremadura. Es tan extremeña como andaluza. Su atractivo se funda en la claridad, orden, limpieza y alegría de su vida urbana y en el carácter pintoresco y fuertemente colorido de su vida marítima. La enorme importancia que para todos sus habitantes ha de tener el mar hace que desde que ponemos el pie en ella nos consideremos a bordo. Es como la cubierta de una nave –de un “galeón”, como todavía dicen aquí-, que al amanecer se echa a la mar y que trabaja en todo tiempo. Estas cualidades de laboriosidad, energía y alegría de ánimo, propias de pueblo negociante y marinero, hacen de Isla Cristina algo excepcional, único en la costa de la vieja Tartesia. Su constitución parece distinta de las otras ciudades y villas próximas, aún adentrándose en Portugal, y hay, en realidad, razones para ello.
En el muelle, esperando la subasta del pescado
    Isla Cristina cuenta poco más de un siglo. Es de las villas prósperas más jóvenes de España. Voy a reproducir aquí unos párrafos de la Memoria que escribió el P. Mirabent –el primer párroco del lugar, que ayudó por si mismo á levantar la iglesia- acerca de la fundación. Tiene esta página de historia local, con ser de fecha próxima, valor de otros tiempos heroicos, y hay que agradecerle a D. José que haya sabido colocarse á la altura del tema con la misma sencillez al escribir que los fundadores de Isla Cristina al instalarse en la franja marismeña del marquesado.
   “Puso la primera choza para el tráfico de la salazón y espicha en temporada siguiente al terremoto, que fue el año de 1756, un valenciano llamado Arnau, natural (según me dixeron) de Canet de mar, Patrón de una de las Compañías que se constituyeron, y sucesivamente fueron formando otras en el mismo año, situándola cada uno en el lugar que más le acomodó. Estas compañías, que traficaban en la salazón, luego que llegaba la Pascua de Navidad, regresaban a sus países, quedaban las chozas desamparadas; y a su regreso, en el mes de agosto siguiente, las hallaron casi destruidas con las incursiones de los ganados que pastaban en esta Isla, y tal vez de los pescadores y ganaderos que se servían de los juncos para el fuego. La necesidad obligó a la concurrencia de nuevos interesados y de los trabajadores indispensables para la elaboración de la salazón y espicha. No era ya prudente dexar enteramente abandonada esta nueva colonia en los meses de ausencia de los interesados á las invasiones de los ganados y pastores, y mucho más cuando en las chozas se encerraban utensilios interesantes y de valor. Así dexidieron dejar un guarda de entre ellos mismos para que custodiase sus chozas y efectos hasta su regreso en el verano siguiente, Quedóse con este objeto, en el año de 1757, José Faneca, natural de Mataró, quien había venido por primera vez agregado á una Compañía. Viéndose éste en el desierto de esta playa, solo, ocioso, sin agua siquiera y en la dura necesidad de caminar media legua para conseguirla, se resolvió á hacer una excavación para experimentar si en efecto la encontraría potable. Con muy poco trabajo hizo un pocito casi a pie de una higuera pequeña, encontrando agua á menos de dos varas de profundidad de la que no sólo se sirvió él, sino que también pudieron proveerse después todas las Compañías y trabajadores. ¿Quién creería que de este sencillo acontecimiento resultaría después dársele a esta población el nombre de Higuerita? Pues así fue, y ved aquí por qué orden: Vamos á ver el pozo de la Figuerita, se decían los unos á los otros, cuando iban por agua ó á paseo. Después, la frecuencia de viajes al pozo y la continua repetición de pozo de la Higuerita de tal modo generalizó el nombre, que con él comenzaron á apedillar la población y fue dándose á conocer en lo sucesivo”.
    Es de 1824 esta primera crónica de Isla Cristina, que conserva toda la ingenuidad y el sabor primitivo de las leyendas de fundaciones coloniales. Colonia levantina es, en efecto, la gran villa pesquera. Luego vinieron portugueses, gente dócil y sufrida para el trabajo más penoso, y hoy, de los doce mil habitantes, habrá cerca de una mitad de gente forastera. Mejor dicho, el concepto de forastero apenas se entiende en Isla Cristina como en el resto de Andalucía. El forastero es del país. Por ejemplo, en El Alonso, de la misma provincia en el interior cerca de las minas de Tharsis, tan limitado tienen el sentido de ciudadanía, que si muere una vieja de noventa años, después de ochenta de residencia en el lugar, las gentes dicen: “Ha muerto una forastera”. En Isla Cristina avecindarse y connaturalizarse es todo uno. Nada más sencillo que entrar como una descendiente de los primeros pobladores en la trama más íntima de la existencia local. No hay tradición. No hay tampoco ley de conquista. Todo ha salido del mar en poco más de un siglo.
La población de las barracas, con sus trajes de fiesta
    El panorama de las marismas desde cualquiera de sus azoteas –blancas, encaladas como la nieve- es de tipo levantino, pero con una fuerza de luz y una gracia gaditana.
Todavía no he podido yo definir bien en dónde está la diferencia. He visto en las casitas bajas, refinadas, cómodas, limpísimas por dentro, cierta influencia portuguesa. Las fachadas abundan en detalles ornamentales un poco pueriles, rayas y colores de gusto portugués, recargado. El portugués y el catalán alguna vez se dan la mano, siempre con perjuicio de la sencillez andaluza y extremeña. Las chozas antiguas, de cubierta de bálago, juncos ó cañas, todavía se alinean en algunas calles con las casas nuevas. Otras tienen ya tejas; pero por dentro conservan el mismo carácter provisional del refugio de José Faneca. En las afueras está la gente de mar en las “casas de galeón”. Millares de familias acampadas en los terrenos ganados a la marisma. Y el pulso de Isla Cristina puede tomarse en el muelle á la hora de volver los barcos y de celebrarse la subasta de la pesca. Si la villa tiene fiebre –fiebre de ganancia- ó lentitud de anemia, nos lo dice ese corro de compradores. El mar no se cansa de ir rindiéndola su tesoro inagotable.
Luis BELLO  (Fotos Salcedo)
Revista La Esfera, enero de 1928

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