“Quizás la semilla que aquí siembro no nazca hoy; pero muero seguro de que algún día nacerá. No faltará entonces un buen alma que diga ¡pobre hombre!” Roque Bárcia

miércoles, 20 de octubre de 2021

Una estrella de tres puntas

                  ¡Bendiga Dios a quien tenga el anhelo de saber para ser justo!

                                                                            Roque Bárcia

Se dice que las estrellas simbolizan a nuestros difuntos y se posicionan en el firmamento para siempre. Ellos velan desde arriba a la Tierra. De hecho, si nos situamos décadas atrás, veremos que en las pinturas de las paredes de las tumbas de muchos faraones se representaban las estrellas.”

“En las creencias de muchos pueblos, las estrellas son las almas de los difuntos que han quedado colocadas en el firmamento para siempre.”

“La triqueta o triquetra, más tarde llamada también triquel, es un símbolo de origen indoeuropeo que alude a la triple dimensión. También simboliza la vida, la muerte y el renacimiento (vida, muerte y reencarnación, para los celtas).”

    Adoptaremos a modo de introducción, estimados lectores, los párrafos anteriores extraídos de la inagotable fuente de Internet, para presentar tres estelas fugaces, tres breves pasajes de vida, muerte y reencarnación de  Roque Bárcia Martí, español, andaluz, de Isla Cristina, ahora que, en su viaje infinito por el Universo, por él venerado hasta la exaltación, convertido en ya polvo estelar, habrán transcurrido dos siglos de su nacimiento.

Primera estela, pasaje de vida.

        Vida atormentada por poderosos enemigos, políticos y religiosos en perversa conjunción, usuarios de cuerpos trabajados, conductores de almas oprimidas; enemigos implacables de cultura y democracia.

       Nos situaremos, pues, es esa primera estela para transportarnos hasta el pueblo de Aljaraque y será el recuerdo de un niño agricultor de Aljaraque, —Modesto Sánchez Ortiz—, convertido en afamado periodista  quien, casi cincuenta años después del fallecimiento de Roque Bárcia Martí, sobrevenido en 1885, recordaría así al amigo de su padre —Simón Sánchez Díaz—:

       “En correspondencia para el caso, con mi padre, un día de abril de 1866, fue mi padre a esperarle, entre once y doce de la noche, a un sitio estratégico de Aljaraque.

        Nosotros vivíamos en aquel pueblecito del estuario de Huelva; y mi padre, que constantemente me había puesto de ejemplo a Roque Barcia para estimularme al estudio, me llevó de la mano a esperar al agitador, al Cabezo de la Laguna.

        Llegó el famoso revolucionario, y en nuestra casa descansó y cenó. Una hora después en caballerías de nuestra casa, se puso en camino, a paso castellano del cuadrúpedo, y acompañado de espolique, para ganar la frontera de Portugal (cinco leguas) antes del amanecer.

Segunda estela, pasaje de muerte.

Sepultura de Roqué Bárcia Martí
en la Sacramental de San Lorenzo
y San José (Madrid)
       Alejado de la Política, finalizado su exilio en Francia, Roque Bárcia retorno a   Madrid, dedicándose  a la preparación y publicación de una magna obra: El   primer Diccionario General  Etimológico de la Lengua Española. Esta vez, su   obra no recibió la respuesta de la condena a la hoguera de su obra y de la   excomunión de su alma, sino el silencioso reconocimiento de sus adversarios,   siendo adquirida su obra para su distribución en instituciones públicas.

     El relato de Modesto Sánchez Ortiz continua así: “...Reintegrado Roque   Barcia a Madrid para publicar su Diccionario, en su domicilio de la calle de   Juanelo18, segundo, le visité por encargo de mi padre.

     Roque Barcia era algo sordo, y le faltaba la rama derecha de la mandíbula   inferior, resultando su fonesis un poco gangosa y su mirada, recelosa un tanto.

     Cuando le visité, un anochecer de noviembre, neblinoso y frio apareció en la     sala   de su casa envuelto en batín y en recelo. Yo me había anunciado en estos   términos: “Diga usted a don Roque que le traigo una visita de La Redondela”.   Se figuró que la visita procedía de mi tío Casimiro, de quién estaba tan   distanciado espiritualmente como enemistado con mi padre.

       Deshecha la confusión, don Roque saltó del recelo a la efusión. “¡Ah! ¿Pero tú eres hijo de Simón?”. A mi afirmativa, don Roque me dio un abrazo, y con toda ternura: “Chacho” me dijo, que era el tratamiento que se daban don Roque y mi padre.

    De la calle Juanelo trasladó don Roque su domicilio a la calle de Atocha. Viviendo allí, publicó su Diccionario.

     ...Muchas tardes visitaba yo a don Roque, y oía de él referencias de sucesos de su vida agitadísima y consejos literarios. “Chacho –me decía, por ejemplo‒ (yo era entonces redactor de “El Correo), nunca pongas la pluma en el papel sin ver antes en tu imaginación, como escrito en un encerado, todo lo que vas a escribir”.     ...Allá por el ochenta y tantos, murió Roque Barcia… Yo también lloré, velando su cadáver…”

                                        MODESTO SANCHEZ ORTIZ

                                        Madrid, febrero de 1933.

Tercera estela, pasaje de reencarnación.

[Reencarnación, según DLE: En referencia a seres o espíritus que vuelven a tomar forma corpórea.]

La estrella posada de Roque Bárcia en el
doscientos aniversario de su nacimiento

        El día estaba claro; la primavera se anunciaba ya en un Madrid perturbado; el camino incierto entre tumbas respondía con leves crujidos a mis pasos anhelantes de respuesta. Cuando alcé la vista, un tanto impaciente por no encontrar a quien buscaba entre tantos marmóreos mensajes de despedida eterna, supe, no sé por qué, que mi encuentro se produciría en breve.

        En efecto, dos imponentes cipreses, dos columnas del templo sagrado, firmes soportes de la bóveda celestial, se erguían ante mí y, a modo de elegante saludo, en reverencial acogida, parecían inclinarse levemente, en cortés sintonía con el viento azul y velazqueño.

        Con la piel erizada, conteniendo la respiración, acepté la invitación de tan silenciosos guardianes y recorrí con premura, sorteando las pétreas moradas, el espacio que me separaba de ellos.

       A sus pies, por fin, después de muchos años de haber soñado con ese momento, encontré la sepultura cristiana de Roque Bárcia Martí, negada sesenta y ocho veces durante su estancia en este mundo, en su mundo hostil y reaccionario a sus ideas sociales, a su pensamiento cristiano.

         Tampoco  sé por qué afloró en mi memoria aquel título de la obra de J. M. Gironella: “Los cipreses creen en Dios”, relato censurado, primero; premio nacional de Literatura, después, sobre la división entre españoles, previa a la contienda civil.

          Una luz cristiana de piedad, quizás también de admiración y respeto compartido, fue determinante para que tú, Roque Bárcia Martí, te reencarnaras, por obra y milagro, por la pluma registral y el deseo de anónimas personas, en el cuerpo frio y yaciente de tu padre, Roque Barcía Ferraces de la Cueva, quien te prodigó amor paternal en vida y te cedió después su nombre en el salvoconducto cristiano hacía las estrellas, hacia el Dios que tantas veces imploraste.

         Descansa en Paz, Roque Bárcia, ¡pobre hombre!                                  

                                                                 Antonio Carmona / Pablo Caballero

Roque Bárcia Martí, in memoriam 

Doscientos aniversario de su nacimiento