“Quizás la semilla que aquí siembro no nazca hoy; pero muero seguro de que algún día nacerá. No faltará entonces un buen alma que diga ¡pobre hombre!” Roque Bárcia

lunes, 13 de diciembre de 2010

Isla Cristina. Senderos de ilusión

Cualquier tiempo pasado, fue...

Quitemos la coma de la expresión –voluntariamente incompleta y, sin duda, manida- que da título a estas líneas y, también, dos de los tres puntos del final. Queda –nos quedamos- con: Cualquier tiempo pasado fue.
    Será esta frase, obvia y redundante, el punto de partida que sugerimos a todos los lectores que decidan viajar hasta ese tiempo pasado de Isla Cristina, vista por la prensa foránea de nuestros padres y abuelos.
    Así, sin prejuicios, analicemos estos artículos de prensa y fotografías de la época, que se republican casi un siglo después. Son como faros y balizas, para que todos –navegantes de nuestra propia existencia- nos sirvamos de ellos y calculemos las enfilaciones, demoras y marcaciones que nos permitan trazar el rumbo verdadero en nuestras vidas.     
Introducción de: Antonio Carmona / Pablo Caballero

III
Senderos de ilusión

ISLA CRISTINA

 Isla Cristina es una de las ciudades más pintorescas de España. Hija predilecta de Huelva, con sus bellezas naturales, sus campos verdes y fecundos, sus casitas blancas coronadas de azoteas de traza morisca, es como una paloma que hubiese posado sus alas sobre el Océano para hallar descanso en su arrogante vuelo.
    Rodeada de mar para responder cumplidamente a su condición de isla, unida al continente por la lengua de tierra en que se halla emplazada la carretera de Huelva, de la que dista cincuenta y cuatro kilómetros, junto a la costa que forma el confín de la Península entre la mencionada capital y Ayamonte, la antigua “Higuerita” –nombre por el que vulgarmente se conoce en la comarca a Isla Cristina- aparece convertida en una gran ciudad limpia y modernizada, que tiene la virtud de su trabajo y el nombre gesto de dispensar siempre al viajero un recibimiento acogedor.
    La evolución de Isla Cristina, con su industria, sus adelantos modernos, con su nombradía, es de origen bien reciente. Hasta bien cercanas edades no fue otra cosa que una guarida de viejos lobos de mar –fantástico escenario para situar una novela de Emilio Salgari- que nos legaron, como un símbolo, para los cuarteles de su blasón, una ermita, un pozo y una higuera, lo mas representativo del caserío.
    Todo se debe al esfuerzo de un hombre de buena voluntad en cuyo espíritu diríase ha encarnado la pujanza de la raza: Román Pérez Romeu.
    A Román Pérez Romeu se debe todo cuanto la ciudad es. Obra suya son los paseos públicos de que Isla Cristina se enorgullece; obra suya la cuatro bibliotecas al aire libre, como las del Retiro, como las de la Moncloa en Madrid, como las de Sevilla en el Parque de Maria Luisa, que hallamos en Isla Cristina en el paseo de Cánovas del Castillo. Y suyas, también, las escuelas graduadas, que importaron 300000 pesetas, gastadas de su bolsillo particular, y la gran biblioteca popular del Ayuntamiento, compuesta de 4000 volúmenes.
    Circunstancia que pone de manifiesto lo recio de su personalidad, el hecho de que, al hacerse cargo de las riendas del Poder el Directorio Militar, tras el golpe de Estado del 13 de septiembre, el único alcalde que quedó en su puesto fue Román Pérez, este alcalde en Isla Cristina.
    La vida en la ciudad depende, única y exclusivamente, de la pesca. En el invierno, sus artes de pesca, en la de “pareja”, arrancan al mar el tesoro de sus mariscos. En las restantes épocas del año, mientras sus treinta galeones salen diariamente al Atlántico, se eleva hasta el cielo el humo de sus cincuenta almacenes y fábricas, hormigueros humanos de donde salen las pesquerías en conserva, que tienen en Francia y en Italia su principal mercado; las sardinas estivadas, que constituyen el principal alimento de invierno de la mitad de las provincias que integran el territorio español.
    Para penetrar en Isla Cristina hay que atravesar un puente de madera tendido sobre su ría. A su terminación se abre a los ojos del turista, animada como la de una capital, la calle Carrera, que nos lleva, por la del Recuerdo, a la plaza de la Constitución, donde asienta sus reales el magnífico y moderno edificio del Ayuntamiento, con la biblioteca a que antes nos hemos referido; con el depósito y juzgado municipal, con la Casa de Socorro, frente a la iglesia, de sencilla y artística construcción; frente al Ateneo, que ha organizado en el día de nuestra visita un acto literario y artístico.
    Paseemos por el corazón de ciudad: espléndidas calles, lindos paseos, anchurosas plazas,y, aquí y allá, el casino isleño y el de La Unión, regiamente instalados. En el paseo de las Palmeras, lleno de mujeres lindas, junto a los bancos de azulejos y los rosales trepadores, las cuatro bibliotecas al público a que antes nos hemos referido. Y,  aquí y allá, diversos lectores que hojean los “Episodios Nacionales”, las comedias de los Alvarez Quintero, los versos de Campoamor, las rimas de Bécquer...
    Al final del paseo de las Palmeras, que, por tenerlo todo, nos muestra hasta las cantarinas notas de una fuente, por la calle Baja, vamos a la playa pequeña, de una semicircunferencia de unos cuatro kilómetros, y, seguidamente, por otro paseo de quinientos metros, a la gran playa de Isla Cristina, en donde se proyecta instalar un balneario que sería famoso; playa hermosísima y de gran extensión, que va desde las afueras mismas de esta ciudad hasta Punta Umbría, a contados kilómetros de Huelva.
    Tiene en proyecto Isla cristina –en donde, como dato curioso, nos es grato consignar nació don Roque Barcia, el autor famoso del Diccionario Etimológico- a más de la explotación de su espléndida playa, el dragado de su ría y de su barra y la construcción del ferrocarril de Huelva-Ayamonte.
    Envío: Por el amor que me has dispensado en tu regazo perfumado y fecundo, por tu belleza inmaculada, Isla Cristina, ciudad blanca, limpia, trabajadora, noble..., cordial y apasionadamente, mi pluma de poeta te rinde pleitesía...
                                                         JOSE RICO DE ESTASEN
Isla Cristina, 9 de enero de 1928 

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