Una estrella de tres puntas
¡Bendiga
Dios a quien tenga el anhelo
de saber para ser justo!
Roque
Bárcia
“Se dice que las estrellas simbolizan a nuestros difuntos y se posicionan en el firmamento para siempre. Ellos velan desde arriba a la Tierra. De hecho, si nos situamos décadas atrás, veremos que en las pinturas de las paredes de las tumbas de muchos faraones se representaban las estrellas.”
“En las
creencias de muchos pueblos, las estrellas son las almas de los difuntos que han
quedado colocadas en el firmamento para siempre.”
“La triqueta
o triquetra, más tarde llamada también triquel, es un símbolo de origen
indoeuropeo que alude a la triple dimensión. También simboliza la vida, la
muerte y el renacimiento (vida, muerte y reencarnación, para los celtas).”
Adoptaremos
a modo de introducción, estimados lectores, los párrafos anteriores extraídos
de la inagotable fuente de Internet, para presentar tres estelas fugaces, tres
breves pasajes de vida, muerte y reencarnación de Roque Bárcia Martí, español, andaluz, de Isla
Cristina, ahora que, en su viaje infinito por el Universo, por él venerado hasta
la exaltación, convertido en ya polvo estelar, habrán transcurrido dos siglos
de su nacimiento.
Primera estela, pasaje de vida.
Vida atormentada por poderosos enemigos, políticos y religiosos en perversa conjunción, usuarios de cuerpos trabajados, conductores de almas oprimidas; enemigos implacables de cultura y democracia.
Nos situaremos, pues, es esa
primera estela para transportarnos hasta el pueblo de Aljaraque y será el
recuerdo de un niño agricultor de Aljaraque, —Modesto Sánchez Ortiz—, convertido
en afamado periodista quien, casi
cincuenta años después del fallecimiento de Roque Bárcia Martí, sobrevenido en
1885, recordaría así al amigo de su padre —Simón Sánchez Díaz—:
“En correspondencia para el caso, con mi
padre, un día de abril de 1866, fue mi padre a esperarle, entre once y doce de
la noche, a un sitio estratégico de Aljaraque.
Nosotros vivíamos en aquel pueblecito del estuario de Huelva; y mi
padre, que constantemente me había puesto de ejemplo a Roque Barcia para
estimularme al estudio, me llevó de la mano a esperar al agitador, al Cabezo de
la Laguna.
Llegó el famoso revolucionario, y en nuestra casa descansó y cenó. Una
hora después en caballerías de nuestra casa, se puso en camino, a paso
castellano del cuadrúpedo, y acompañado de espolique, para ganar la frontera de
Portugal (cinco leguas) antes del amanecer.
![]() |
Sepultura de Roqué Bárcia Martí en la Sacramental de San Lorenzo y San José (Madrid) |
...Muchas tardes visitaba yo a don Roque, y oía de él referencias de
sucesos de su vida agitadísima y consejos literarios. “Chacho –me decía, por
ejemplo‒ (yo era entonces redactor de “El Correo), nunca pongas la pluma en el
papel sin ver antes en tu imaginación, como escrito en un encerado, todo lo que
vas a escribir”. ...Allá por el
ochenta y tantos, murió Roque Barcia… Yo también lloré, velando su cadáver…”
MODESTO
SANCHEZ ORTIZ
Madrid, febrero de 1933.
Tercera estela, pasaje de reencarnación.
[Reencarnación, según DLE: En referencia a seres o espíritus que vuelven a tomar forma corpórea.]
![]() |
La estrella posada de Roque Bárcia en el doscientos aniversario de su nacimiento |
En efecto, dos imponentes
cipreses, dos columnas del templo sagrado, firmes soportes de la bóveda
celestial, se erguían ante mí y, a modo de elegante saludo, en reverencial
acogida, parecían inclinarse levemente, en cortés sintonía con el viento azul y
velazqueño.
A sus pies, por fin, después de
muchos años de haber soñado con ese momento, encontré la sepultura cristiana de
Roque Bárcia Martí, negada sesenta y ocho veces durante su estancia en este
mundo, en su mundo hostil y reaccionario a sus ideas sociales, a su pensamiento
cristiano.
Tampoco sé por qué afloró en mi memoria aquel título
de la obra de J. M. Gironella: “Los cipreses creen en Dios”, relato censurado,
primero; premio nacional de Literatura, después, sobre la división entre
españoles, previa a la contienda civil.
Una luz cristiana de piedad,
quizás también de admiración y respeto compartido, fue determinante para que
tú, Roque Bárcia Martí, te reencarnaras, por obra y milagro, por la pluma
registral y el deseo de anónimas personas, en el cuerpo frio y yaciente de tu
padre, Roque Barcía Ferraces de la Cueva, quien te prodigó amor paternal en
vida y te cedió después su nombre en el salvoconducto cristiano hacía las
estrellas, hacia el Dios que tantas veces imploraste.
Descansa en Paz, Roque Bárcia, ¡pobre hombre!
Roque Bárcia Martí, in memoriam
Doscientos aniversario de su nacimiento